Si no pudieron meterme al manicomio fue gracias a mi habilidad para demostrarles que no estoy loco. Acabo de enterarme que mañana viene un equipo que llaman Interdisciplinario, dizque a analizarnos, o a exorcizarnos, diría yo. Se equivocan estos “malparidos” si creen que yo me voy a prestar a semejante “payasada” Estoy un poco ansioso por empezar a leer “Papillón”, pero me voy a desvelar armando el crucigrama que les voy a montar para ponerlos paranoicos y a mi servicio. Es más, el brujo o bruja que me va a entrevistar va a saber quién soy. Pobrecitos. Vendrán bien informados de todo, pero cuanto no saben de mí está en los archivos de mi memoria desde antes de llegar a esta isla. Ja, ja, ja. La famosa Isla de “Gorgona”, la cárcel para los más peligrosos delincuentes del país. Me da risa porque afuera están los verdaderos psicópatas, ellos son más ágiles que yo porque, pese a todo, cuanto vulneran lo hacen sin dejarse atrapar como yo. Desde aquí los felicito. “Delincuentes de mierda”, son mi esperanza.
¡Ya cantó el búho!, tengo que acelerar mis cavilaciones; pero que se las monto, se las monto.
El día de la visita a mi celda, o al taller, o a donde sea, voy a transformarme en un viejito y persigo a esa vieja o a ese tipo por toda la isla. Me transformaré en un joven cachaco con un medallón grabado con el signo de la paz en el pecho. Este medallón entusiasma al psicólogo o a la trabajadora social para identificarme como un hippy que lucha por la paz y no por la guerra.
Ya cantó “el gallo de monte”, tengo que apurarle porque el plan tiene que estar pulido para mañana. No voy a maquillarme porque de pronto me descubren los “tiras” y ahí sí “paila”, y plan “marcando calavera”.
Para mí fue larga la espera. Por fin este momento en que me anuncian que a mi taller de trabajo terapéutico viene una trabajadora social a taxidermizarme como a una mariposa. ¡Bienvenida, cuchibarbie! Sé que le voy a parecer muy viejito, pero “sorpresas tiene la vida”.
—¡Buenos días, don José! Me había dicho que la sesión era con una persona más joven. ¿Cuántos años, don José?
—No pocos como quisiera, señorita, sólo sesenta.
—Yo soy Emilia Díaz, del “Grupo Social Colombiano para el Bienestar del Mundo”.
—Su organización tiene un nombre muy sugestivo, queda uno perplejo, no sé si reír o aplaudir, señorita.
—Gracias, don José. ¿De qué le gustaría hablar, señor Sánchez?
—Señorita, hablemos de Hitler, me apasiona la Segunda Guerra Mundial, pasaron tantas cosas.
—¡Qué bueno, con mucho gusto la Organización le hará llegar la historia de la Segunda Guerra Mundial, con buena imprenta. ¿Puede leer bien, don José?
—Sí señora, y en este encierro “cae como pepa de guama”.
—¿Se comunica con su familia, don José?
—Esos desalmados se olvidaron de mí.
—Pero ¿usted los recuerda a ellos, busca usted comunicarse con ellos?
—Los quiero mucho pero me cansé de buscarlos.
—¿Cómo vino a parar aquí, Don José?
—Tropezones que da la vida, pero nada de lo que yo quisiera hablar ahora, de pronto en la otra visita. Mejor cuénteme de su vida, señorita, eso me relajaría un resto.
—Sí, lo noto cansadito. ¿Duerme bien, don José?
—Hay veces como anoche que cantó “el águila de monte” y no había podido conciliar el sueño. Pensando, cavilando.
—Procure dormir bien siempre, señor Sánchez, descanse desde temprano hoy y hablamos mañana a la misma hora.
¡Mierda! Ya van seis visitas y no me han dejado salir a la playa. El castigo está largo, como si hubiera matado y comido del muerto. Espero que mañana me den salida para ir a la playa, la cuchibarbie debe estar por esos lados a esa hora; trataré de dormir pensando en ella.
—¡Qué bueno encontrarnos, señorita Emilia, sorpresas te da la vida!
—¿Con quién tengo el gusto, dónde nos conocimos?
—Soy José Sánchez, de la celda No.8 y el taller del nivel 5; hemos hablado seis veces, señorita Emilia, y tengo grabadas mentalmente todas las “sesiones”, como dicen ustedes.
—¡Ah, don José! Pero usted está muy transformado, está muy joven. ¡Increíble que se trate de la misma persona! ¿Quién es usted?
—La transformada es otra, señorita, así en vestido de playa yo diría que se trata de otra persona, la reconocí por el peinado, pero de verdad que parece una reina de belleza. ¡Qué bueno que podemos hablar ahora!
—Qué lástima, don José, pero me tengo que ir a una reunión urgente con el Mayor General, usted sabe que todos los jueves nos reunimos a esta hora; hablamos mañana y que disfrute su salida…
¡Mierda, me están siguiendo! Perros sabuesos. ¡Hijueputas, me dañaron el plan!…
—¡Tranquilo, teniente! Yo sólo quería saludar a la profesora.
—No me venga con sus cuentos fraudulentos, adelante, y rapidito si no quiere calabozo, “piltrafa carroñera”.
—Perdóneme la vida, teniente...
Autor: AURORA MOSQUERA
Neiva, Junio 19 de 2009 —Ándele sin chistar nada porque lo callo, psicópata frustrado.
¡Ya cantó el búho!, tengo que acelerar mis cavilaciones; pero que se las monto, se las monto.
El día de la visita a mi celda, o al taller, o a donde sea, voy a transformarme en un viejito y persigo a esa vieja o a ese tipo por toda la isla. Me transformaré en un joven cachaco con un medallón grabado con el signo de la paz en el pecho. Este medallón entusiasma al psicólogo o a la trabajadora social para identificarme como un hippy que lucha por la paz y no por la guerra.
Ya cantó “el gallo de monte”, tengo que apurarle porque el plan tiene que estar pulido para mañana. No voy a maquillarme porque de pronto me descubren los “tiras” y ahí sí “paila”, y plan “marcando calavera”.
Para mí fue larga la espera. Por fin este momento en que me anuncian que a mi taller de trabajo terapéutico viene una trabajadora social a taxidermizarme como a una mariposa. ¡Bienvenida, cuchibarbie! Sé que le voy a parecer muy viejito, pero “sorpresas tiene la vida”.
—¡Buenos días, don José! Me había dicho que la sesión era con una persona más joven. ¿Cuántos años, don José?
—No pocos como quisiera, señorita, sólo sesenta.
—Yo soy Emilia Díaz, del “Grupo Social Colombiano para el Bienestar del Mundo”.
—Su organización tiene un nombre muy sugestivo, queda uno perplejo, no sé si reír o aplaudir, señorita.
—Gracias, don José. ¿De qué le gustaría hablar, señor Sánchez?
—Señorita, hablemos de Hitler, me apasiona la Segunda Guerra Mundial, pasaron tantas cosas.
—¡Qué bueno, con mucho gusto la Organización le hará llegar la historia de la Segunda Guerra Mundial, con buena imprenta. ¿Puede leer bien, don José?
—Sí señora, y en este encierro “cae como pepa de guama”.
—¿Se comunica con su familia, don José?
—Esos desalmados se olvidaron de mí.
—Pero ¿usted los recuerda a ellos, busca usted comunicarse con ellos?
—Los quiero mucho pero me cansé de buscarlos.
—¿Cómo vino a parar aquí, Don José?
—Tropezones que da la vida, pero nada de lo que yo quisiera hablar ahora, de pronto en la otra visita. Mejor cuénteme de su vida, señorita, eso me relajaría un resto.
—Sí, lo noto cansadito. ¿Duerme bien, don José?
—Hay veces como anoche que cantó “el águila de monte” y no había podido conciliar el sueño. Pensando, cavilando.
—Procure dormir bien siempre, señor Sánchez, descanse desde temprano hoy y hablamos mañana a la misma hora.
¡Mierda! Ya van seis visitas y no me han dejado salir a la playa. El castigo está largo, como si hubiera matado y comido del muerto. Espero que mañana me den salida para ir a la playa, la cuchibarbie debe estar por esos lados a esa hora; trataré de dormir pensando en ella.
—¡Qué bueno encontrarnos, señorita Emilia, sorpresas te da la vida!
—¿Con quién tengo el gusto, dónde nos conocimos?
—Soy José Sánchez, de la celda No.8 y el taller del nivel 5; hemos hablado seis veces, señorita Emilia, y tengo grabadas mentalmente todas las “sesiones”, como dicen ustedes.
—¡Ah, don José! Pero usted está muy transformado, está muy joven. ¡Increíble que se trate de la misma persona! ¿Quién es usted?
—La transformada es otra, señorita, así en vestido de playa yo diría que se trata de otra persona, la reconocí por el peinado, pero de verdad que parece una reina de belleza. ¡Qué bueno que podemos hablar ahora!
—Qué lástima, don José, pero me tengo que ir a una reunión urgente con el Mayor General, usted sabe que todos los jueves nos reunimos a esta hora; hablamos mañana y que disfrute su salida…
¡Mierda, me están siguiendo! Perros sabuesos. ¡Hijueputas, me dañaron el plan!…
—¡Tranquilo, teniente! Yo sólo quería saludar a la profesora.
—No me venga con sus cuentos fraudulentos, adelante, y rapidito si no quiere calabozo, “piltrafa carroñera”.
—Perdóneme la vida, teniente...
Autor: AURORA MOSQUERA
Neiva, Junio 19 de 2009 —Ándele sin chistar nada porque lo callo, psicópata frustrado.
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