Uno de los principales problemas de los escritores latinoamericanos, especialmente, tiene que ver con la incapacidad que manifiestan a la hora de fijar ciertos detalles específicos de algunas acciones capitales de los personajes. El escritor latinoamericano es más dado a la resolución general de una acción, y luego pasa a la otra sin dejar rastro alguno. Estos detalles omitidos hacen, en la mayoría de los casos, que el lector no tenga del personaje información distinta a un movimiento general, que no conozca los rasgos psicológicos de éste. Cada pequeño detalle dice tanto de un personaje que a veces hace innecesarias descripciones posteriores. Un caso ejemplar de este tipo de construcciones es el de Jerome David Salinger, el extraordinario escritor neoyorquino. Miremos un ejemplo tomado de su cuento “Justo antes de la guerra con los esquimales”, de su libro Nueve cuentos:
De pronto se oyó una voz masculina que gritaba desde otra parte de la vivienda:
—¡Eric! ¿Eres tú?
Ginnie supuso que era el hermano de Selena, a quien ella no conocía. Cruzó sus largas piernas, arregló los bajos de su abrigo sobre las rodillas y esperó.
Un joven con gafas, en pijama, descalzo, se precipitó en la habitación, con la boca abierta.
—Diablos, creí que era Eric —dijo. Sin detenerse y con un aire extremadamente lamentable, siguió a través de la habitación apretando algo contra su pecho estrecho. Se sentó en el otro extremo del sofá.
—Acabo de cortarme este asqueroso dedo —dijo con cierta ansiedad. Miró a Ginnie como si fuera natural que la joven estuviera sentada allí—. ¿Alguna vez te has cortado un dedo? ¿Hasta el hueso? —preguntó. Su voz chillona contenía un verdadero ruego, como si Ginnie, con su respuesta, pudiera evitarle la desagradable tarea de romper el hielo.
Ginnie lo contempló extrañada.
—Bueno, no precisamente hasta el hueso —dijo—. Pero me he cortado.
Era el muchacho, o el hombre —le era difícil determinarlo—, más cómico que había visto jamás. Tenía el pelo revuelto como si acabara de levantarse, y una barba rala y rubia, como de dos días o más. Su aspecto era... bueno, parecía un tonto.
—¿Cómo te has cortado? —preguntó Ginnie.
Con la boca floja y entreabierta, tenía la vista fija en el dedo lastimado.
—¿Qué? —dijo él.
—¿Cómo te has cortado?
—¿Cómo diablos puedo saberlo? —dijo, dando a entender con su entonación que la respuesta a esa pregunta era irremisiblemente oscura—. Buscaba algo en la asquerosa papelera, y estaba llena de hojas de afeitar.
—¿Eres hermano de Selena? —preguntó Ginnie.
—Sí, diablos, me estoy desangrando. No te vayas. Tal vez necesite una de esas inmundas transfusiones.
—¿Te has puesto algo?
El hermano de Selena apartó un poco la mano herida del pecho y se quitó la venda para que Ginnie disfrutara de su aspecto.
—Sólo papel higiénico —dijo—. Para la sangre. Como cuando uno se corta al afeitarse —de nuevo miró a Ginnie—. ¿Quién eres? —preguntó—, ¿amiga de esa estúpida?
—Vamos a la misma clase.
—¿Sí? ¿Cómo te llamas?
—Virginia Maddox.
—¿Eres Ginnie? —dijo, observándola con los ojos entrecerrados tras las gafas—. ¿Eres Ginnie Maddox?
—Sí —dijo Ginnie, descruzando las piernas.
El hermano de Selena volvió a fijarse en el dedo, evidentemente su verdadero y único centro de atención (2008:65, 67, 67).
Es suficiente. Las partes subrayadas son justamente esos elementos adicionales (acciones o acompañamientos de acciones) que hacen que el lector fije los ojos justo allí. Aunque parezcan en primera instancia datos gratuitos, son en realidad éstos, y no las acciones generales, los que revelan ciertas patologías, por llamar de alguna manera a tales actos tan específicos. Lo mismo ocurre en el cuento "Un hombre bueno es difícil de encontrar", de la escritora norteamericana Flannery O'Connor. En este segundo caso, la abuela, a la que al final del cuento le ocurre algo terrible, anuncia aquellas características que la harán ser blanco del ex presidiario. Fíjense en lo que destacan los subrayados:
A la mañana siguiente la abuela fue la primera en subir al coche, lista para partir. A un costado dispuso su gran bolsa de viaje negra que parecía la cabeza de un hipopótamo y debajo de ella escondía una cesta con Pitty Sing, el gato, en el interior. No tenía la menor intención de dejar solo al gato durante tres días, porque éste la echaría mucho de menos y ella temía que se frotara con la llave del gas y se asfixiara por accidente. A su hijo, Bailey, no le gustaba llevar un gato a un motel.
Se sentó en el centro del asiento trasero, con John Wesley y June Star a cada lado. Bailey, la madre de los niños, y el bebé se sentaron adelante. Y así salieron de Atlanta, a las ocho y cuarenta y cinco, con el cuentakilómetros del coche en 89.927. La abuela lo anotó, porque pensó que sería interesante decir cuántos kilómetros habían hecho cuando regresaran. Tardaron veinte minutos en llegar a las afueras de la ciudad.
Entonces, a ampliar ciertas acciones:
Se sentó en el centro del asiento trasero, con John Wesley y June Star a cada lado. Bailey, la madre de los niños, y el bebé se sentaron adelante. Y así salieron de Atlanta, a las ocho y cuarenta y cinco, con el cuentakilómetros del coche en 89.927. La abuela lo anotó, porque pensó que sería interesante decir cuántos kilómetros habían hecho cuando regresaran. Tardaron veinte minutos en llegar a las afueras de la ciudad.
Entonces, a ampliar ciertas acciones:
a) Dos personas que hablan mientras almuerzan pescado.
b) Una persona ve televisión muy concentrada y otra intenta subir volumen a su equipo de sonido.
c) Una madre reprende a su hijo por no haber realizado a tiempo los deberes de la casa.
d) Una enfermera intenta hacer una curación a una anciana terca y obstinada.
Jerome David Salinger (1919-2010)