El diálogo: Introducción tomada del libro El arte del cuento, de Betuel Bonilla Rojas
Cuando el diálogo se usa en una narración se conoce como estilo directo. El diálogo, asumido en su condición de acierto y fortaleza narrativa, está siempre revestido de un carácter de dinamismo y fluidez secuencial; al menos, se supone, eso es lo que buscan los autores. En los diálogos, los personajes, no importa el tipo de narrador que los guíe, intervienen de primera mano y nos hacen sentir, de forma directa, con su propio color de voz, aquello que les provoca cierto tipo de reacciones. En la mayoría de los casos del diálogo el narrador no desaparece, sólo se oculta, o se acomoda transitoria e intencionalmente para que sean los personajes los que enteren al lector de algunas situaciones del relato, en cuyos momentos ellos, y solamente ellos, sienten la necesidad de dejar asomar su voz. En ocasiones, y esto es una regla de oro a la hora de incluirlo en el cuento, si el diálogo no supera la capacidad de plasticidad y fuerza narrativa de la voz del narrador, si no agrega fortalezas a la narración ―asumida desde la voz principal―, si no se compromete con la tensión del cuento, se hace innecesario. Muchos cuentos se echan a perder por elegir una interlocución cuando la situación no lo amerita, o por impostar palabras, tonos o giros lingüísticos que no se corresponden con la intensidad de la acción, o que están puestos allí como en el lugar equivocado, para apelar a la imagen del comercial de un banco.
Baste, para mirar la eficacia de los diálogos en la complementación de la voz narradora principal, algunos cuentos de Ernest Hemingway, Jerome David Salinger, Liliana Héker, Abelardo Castillo, Edmundo Valadés o Gabriel García Márquez.
Son muchas las posibilidades y maneras de estructurar y acotar el diálogo en un buen cuento. La tradición nos ha revelado múltiples formas de ejecutar estas interlocuciones. Van desde el modelo más clásico de la interlocución abierta con presencia de narrador, hasta la interlocución cerrada con presencia de éste. En el intermedio existe un número inmenso de formas de hacerlo. La elección, tanto de su uso como de su acopio teórico, tendrá que ver, entonces, con el estilo del autor; pero, y esto es lo más importante, con los requerimientos que el mismo cuento le haga a la historia, con la manera en que los interlocutores deseen asomarse a la superficie del cuento.
Dos de las más poderosas razones para insertar los diálogos en las arraciones provienen del teórico alemán Wofgang Kayser, en su obra Interpretación y análisis de la obra literaria: “Al público le gusta también oír de vez en cuando la voz de un personaje diferente del narrador” (p. 278); y después: “Porque si se pronuncian palabras que no son del narrador, sino del personaje a quien se atribuye, entonces no hay duda de que este personaje existe y que está confirmada su existencia” (p. 279). En el primer caso, se trata de un problema de interacción con el lector, de brindarle cierta comodidad en su relación con el cuento; en el segundo, la elección atañe más a un asunto de dominio semántico del personaje en aras de la verosimilitud, esto es, de la vida y el nivel de credibilidad que se logre otorgarle a aquéllos.
Antes de las reflexiones y los ejemplos para el uso de los diálogos, es necesario hacer una primera precisión. Para el caso de la lengua castellana, la Real Academia Española, en el numeral 5.9.2 del capítulo V, versión 2003, referido al uso de los signos de puntuación, nos dice lo siguiente:
La raya se utiliza (…) para señalar cada una de las intervenciones de un diálogo sin mencionar el nombre de la persona o personaje al que corresponde. En este caso se escribe una raya delante de las palabras que constituyen la intervención (p. 77) (…) (sirve) Para introducir o encerrar los comentarios o precisiones del narrador a las intervenciones de los personajes. Se coloca una sola raya delante del comentario del narrador, sin necesidad de cerrarlo con otra, cuando las palabras del personaje no continúan inmediatamente después del comentario (…) Se escriben dos rayas, una de apertura y otra de cierre, cuando las palabras del narrador interrumpen la intervención del personaje y ésta continúa inmediatamente después (…) Tanto en un caso como en el otro, si fuese necesario detrás de la intervención del narrador un signo de puntuación, una coma o un punto, por ejemplo, se colocará después de sus palabras y tras la raya de cierre (si la hubiese) (p. 78). (…) Por el contrario, el guion (-) es un trazo horizontal de menor longitud que el signo llamado raya. Se utiliza básicamente cuando es necesario hacer divisiones dentro de una palabra y no se escribe entre espacios en blanco (p. 82).
En las sesiones se trabajaron los siguientes tipos de diálogo, cada uno con sus especificidades técnicas, su pertinencia y su posibilidad real de ejecución:
- El diálogo que funciona en sí mismo como voz narradora
- El diálogo abierto con raya y sin acotación de narrador
- El diálogo abierto con raya y con acotación de narrador
- El diálogo abierto sin raya y con acotación de narrador
(Todos los casos están debidamente ampliados y ejemplificados en el libro El arte del cuento)
Ejercicio in situ
Para desarrollar la pericia del diálogo, en particular en lo que hace relación al primero de los casos mencionados, se propone el siguiente ejercicio.
El tallerista debe escribir una historia en la cual toda la información provenga de dos voces (dos personajes) que se alternan en una conversación. Dado que son apenas dos personajes, no se hace necesario, salvo por razones de énfasis especiales, las acotaciones del narrador tipo "dijo", "expresó", "preguntó" o "exclamó". Se supone que sobra por lo obvio. La intensidad del diálogo mismo (nivel del lenguaje, cam,po semántico, prosodia, intensidad), revelarán la tensión de la fábula y la trama de ésta. El número de intervenciones de cada personaje será aquél que el cuento requiera.
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