sábado, 15 de septiembre de 2012

Visita del escritor asociado José Zuleta Ortiz, agosto 23 y 24 de 2102






El pastel, de Charles Baudelaire


Tomado de la extraordinaria versión de El spleen de París que preparó Margarita Michelena, elogiada entre otros por Octavio Paz, este "poema en prosa", como lo llamara el propio Baudelaire, es, sin duda alguna, un magnífico antecedente de nuestra tradición cuentística. Fondo de Cultura Económica. México. 2002. Págs: 57-59. Se deja acá para el disfrute de los lectores y para que los miembros del Taller aprecien la calidad de la obra literaria.

YO VIAJABA. El paisaje en cuyo centro me encontraba era de una grandeza y una nobleza irresistibles. Y en ese momento pasó sin duda algo en mi alma. Mis pensamientos revoloteaban con ligereza igual a la de la atmósfera; las pasiones vulgares, como el odio o el amor profano, me parecían entonces tan lejanas cual las nubes que desfilaban en el fondo del abismo bajo mis pies; mi alma parecía tan vasta y tan pura como la cúpula del cielo que en que yo estaba envuelto; el recuerdo de las cosas terrestres no llegaba a mi corazón sino debilitado y disminuido, como el son de la campanilla de los rebaños imperceptibles que pasaban lejos, muy lejos… por la vertiente de otra montaña. Sobre el pequeño lago inmóvil, negro en su inmensa profundidad, pasaba una que otra, la sombra de una nube, como el reflejo del manto de un gigante que volara por el cielo. Y yo recuerdo que aquella sensación solemne y rara, causada por un movimiento perfectamente silencioso, me colmó de una alegría nacida del temor. En suma, me sentía, gracias a la entusiasmante belleza que me rodeaba, en completa paz conmigo mismo y con el universo; creo inclusive que, en mi perfecta beatitud y en mi total olvido de todo el mal terrestre, había yo llegado a no encontrar tan ridículos los papeles que pretenden que el hombre ha nacido bueno; cuando la materia incurable renovó sus exigencias, pensé en reparar la fatiga y en aliviar el apetito causados por una tan larga ascensión. Saqué de mi bolsa un buen pedazo de pan, una taza de cuero y un frasco de cierto elíxir que los farmacéuticos de aquellos tiempos vendían a los turistas para mezclarlo con agua de nieve.
Cortaba yo tranquilamente mi pan cuando un ruido ligerísimo me hizo levantar la vista. Delante de mí se hallaba un pequeño ser harapiento, negro y desgreñado, cuyos ojos hundidos, huraños y como suplicantes, devoraban el pedazo de pan. Y le escuché suspirar, con una voz baja y ronca, la palabra pastel. No pude contener la risa al oír el apelativo con que el que el chico tenía a bien honrar mi pan casi blanco, y corté para él una buena rebanada que le ofrecí. Se acercó lentamente, sin quitar los ojos del objeto de su codicia; después, agarrando el pedazo, retrocedió vivamente, como si hubiera temido que mi ofrecimiento no fuera sincero o que yo me arrepintiera de él. Pero, en el instante mismo, fue derribado por otro pequeño salvaje, salido no sé de dónde y tan parecido al primero que se le habría tomado por hermano mellizo. Juntos rodaron por el suelo disputándose la preciosa pieza, sin que ninguno de los dos quisiera sacrificar la mitad a su hermano. El primero, exasperado, asió por los cabellos al otro; éste le mordió la oreja y escupió el trocito mordido, sangrante, con un soberbio juramento en dialecto. El legítimo propietario del pastel trató de hundir sus garras en los ojos del usurpador; a su vez, éste aplicó todas sus fuerzas a estrangular al adversario con una mano, en tanto que con la otra intentaba deslizar en su bolsillo el premio de la contienda. Pero, reanimado por la desesperación, el vencido se enderezó de nuevo e hizo rodar al vencedor por tierra de un  codazo en el estómago. ¿Para qué describir una lucha horrible que en verdad duró más tiempo que el que sus fuerzas infantiles parecían prometer? El pastel viajaba de mano en mano a cada instante; pero, ay, también cambiaba de volumen, y cuando al fin, extenuados, jadeantes, ensangrentados, se detuvieron ante la imposibilidad de continuar, ya no había, a decir verdad, ningún objeto de disputa: el pedazo de pan estaba esparcido en migajas semejantes a los granos de arena a los cuales se había mezclado.
Aquel espectáculo me había embrumado el paisaje, y la serena alegría en la cual se había regocijado mi alma antes de ver a aquellos hombrecillos se había desvanecido totalmente; me quedé triste mucho tiempo, repitiéndome sin cesar: “Hay un país soberbio donde el pan se llama pastel, golosina tan rara que basta para engendrar una guerra perfectamente fratricida”.



lunes, 16 de julio de 2012

Visita del escritor asociado José Zuleta Ortiz

Durante los días 23 y 24 de julio tendremos la visita del cuentista y poeta José Zuleta Ortiz, Premio Nacional de Cuento del Ministerio de Cultura. Zuleta es autor de los libros de cuento La sonrisa trocada, Todos somos amigos de lo ajeno y Esperando tus ojos. Disertará, tanto en su charla abierta al público como con el grupo base del Taller. sobre el origen de los cuentos.


martes, 20 de marzo de 2012

El diálogo en el cuento: Sesiones de los días 28 de febreo, 6, 13 y 20 de marzo

El diálogo: Introducción tomada del libro El arte del cuento, de Betuel Bonilla Rojas

Cuando el diálogo se usa en una narración se conoce como estilo directo. El diálogo, asumido en su condición de acierto y fortaleza narrativa, está siempre revestido de un carácter de dinamismo y fluidez secuencial; al menos, se supone, eso es lo que buscan los autores. En los diálogos, los personajes, no importa el tipo de narrador que los guíe, intervienen de primera mano y nos hacen sentir, de forma directa, con su propio color de voz, aquello que les provoca cierto tipo de reacciones. En la mayoría de los casos del diálogo el narrador no desaparece, sólo se oculta, o se acomoda transitoria e intencionalmente para que sean los personajes los que enteren al lector de algunas situaciones del relato, en cuyos momentos ellos, y solamente ellos, sienten la necesidad de dejar asomar su voz. En ocasiones, y esto es una regla de oro a la hora de incluirlo en el cuento, si el diálogo no supera la capacidad de plasticidad y fuerza narrativa de la voz del narrador, si no agrega fortalezas a la narración ―asumida desde la voz principal―, si no se compromete con la tensión del cuento, se hace innecesario. Muchos cuentos se echan a perder por elegir una interlocución cuando la situación no lo amerita, o por impostar palabras, tonos o giros lingüísticos que no se corresponden con la intensidad de la acción, o que están puestos allí como en el lugar equivocado, para apelar a la imagen del comercial de un banco.
Baste, para mirar la eficacia de los diálogos en la complementación de la voz narradora principal, algunos cuentos de Ernest Hemingway, Jerome David Salinger, Liliana Héker, Abelardo Castillo, Edmundo Valadés o Gabriel García Márquez. 
Son muchas las posibilidades y maneras de estructurar y acotar el diálogo en un buen cuento. La tradición nos ha revelado múltiples formas de ejecutar estas interlocuciones. Van desde el modelo más clásico de la interlocución abierta con presencia de narrador, hasta la interlocución cerrada con presencia de éste. En el intermedio existe un número inmenso de formas de hacerlo. La elección, tanto de su uso como de su acopio teórico, tendrá que ver, entonces, con el estilo del autor; pero, y esto es lo más importante, con los requerimientos que el mismo cuento le haga a la historia, con la manera en que los interlocutores deseen asomarse a la superficie del cuento.
Dos de las más poderosas razones para insertar los diálogos en las arraciones provienen del teórico alemán Wofgang Kayser, en su obra Interpretación y análisis de la obra literaria: “Al público le gusta también oír de vez en cuando la voz de un personaje diferente del narrador” (p. 278); y después: “Porque si se pronuncian palabras que no son del narrador, sino del personaje a quien se atribuye, entonces no hay duda de que este personaje existe y que está confirmada su existencia” (p. 279). En el primer caso, se trata de un problema de interacción con el lector, de brindarle cierta comodidad en su relación con el cuento; en el segundo, la elección atañe más a un asunto de dominio semántico del personaje en aras de la verosimilitud, esto es, de la vida y el nivel de credibilidad que se logre otorgarle a aquéllos.
Antes de las reflexiones y los ejemplos para el uso de los diálogos, es necesario hacer una primera precisión. Para el caso de la lengua castellana, la Real Academia Española, en el numeral 5.9.2 del capítulo V, versión 2003, referido al uso de los signos de puntuación, nos dice lo siguiente:

La raya se utiliza (…) para señalar cada una de las intervenciones de un diálogo sin mencionar el nombre de la persona o personaje al que corresponde. En este caso se escribe una raya delante de las palabras que constituyen la intervención (p. 77) (…) (sirve) Para introducir o encerrar los comentarios o precisiones del narrador a las intervenciones de los personajes. Se coloca una sola raya delante del comentario del narrador, sin necesidad de cerrarlo con otra, cuando las palabras del personaje no continúan inmediatamente después del comentario (…) Se escriben dos rayas, una de apertura y otra de cierre, cuando las palabras del narrador interrumpen la intervención del personaje y ésta continúa inmediatamente después (…) Tanto en un caso como en el otro, si fuese necesario detrás de la intervención del narrador un signo de puntuación, una coma o un punto, por ejemplo, se colocará después de sus palabras y tras la raya de cierre (si la hubiese) (p. 78). (…) Por el  contrario, el guion (-) es un trazo horizontal de menor longitud que el signo llamado raya. Se utiliza básicamente cuando es necesario hacer divisiones dentro de una palabra y no se escribe entre espacios en blanco (p. 82).

En las sesiones se trabajaron los siguientes tipos de diálogo, cada uno con sus especificidades técnicas, su pertinencia y su posibilidad real de ejecución:
  1. El diálogo que funciona en sí mismo como voz narradora
  2. El diálogo abierto con raya y sin acotación de narrador
  3. El diálogo abierto con raya y con acotación de narrador
  4. El diálogo abierto sin raya y con acotación de narrador
(Todos los casos están debidamente ampliados y ejemplificados en el libro El arte del cuento)


Ejercicio in situ

Para desarrollar la pericia del diálogo, en particular en lo que hace relación al primero de los casos mencionados, se propone el siguiente ejercicio.

El tallerista debe escribir una historia en la cual toda la información provenga de dos voces (dos personajes) que se alternan en una conversación. Dado que son apenas dos personajes, no se hace necesario, salvo por razones de énfasis especiales, las acotaciones del narrador tipo "dijo", "expresó", "preguntó" o "exclamó". Se supone que sobra por lo obvio. La intensidad del diálogo mismo (nivel del lenguaje, cam,po semántico, prosodia, intensidad), revelarán la tensión de la fábula y la trama de ésta. El número de intervenciones de cada personaje será aquél que el cuento requiera.

martes, 28 de febrero de 2012

Introducción a los narradores: Sesiones de los días 7, 14 y 21 de febrero

En estas tres sesiones, de manera articulada y gradual y teniendo como referente téórico el libro El arte del cuento, se dio inicio al aprendizaje de las técnicas literarias propiamente dichas. En primer lugar, se trató lo concerniente al narrador como un ente de ficción, quizás el más importante de todos a la hora de escribir un cuento, y se compartió una tipología inicial, así:
  1. Narrador omnisciente en 3 variantes (omnisciente puro, omnisciente parcialmente limitado y omnisciente limitado). Cada caso contó con sus respectiva teoría y su ampliación mediante ejemplos concretos.
  2. Narrador en primera persona en 2 variantes (primera persona trascendente o protagonista y primera persona intrascendente o testigo). Cada caso contó con sus respectiva teoría y su ampliación mediante ejemplos concretos. Se trabajó el cuento "El Pibe Cabriola", del escritor nicaragüense Sergio Ramírez.
  3. Narrador en segunda persona en 2 variantes (segunda persona bajo la forma gramatical del , y segunda persona bajo la forma gramatical del usted). Cada caso contó con sus respectiva teoría y su ampliación mediante ejemplos concretos.
  4. Narador plural o colectivo. Un solo caso, que contó con su respectiva teoría y su ampliación mediante ejemplos concretos. 
  5. Finalizado lo concerniente a los narradores,  se abordó el punto de vista. Se hizo una primera referencia al problema de las escuelas (punto de vista, para la escuela norteamericana e inglesa de Henry James, focalización para la escuela francesa de Gérard Génette).
Realizados estos primeros acercamientos, se trabajó el cuento "Un visón propio" (1944), del escritor estadounidense Truman Capote, con el fin de poner en evidencia los aspectos tratados hasta la fecha. Se subrayaron en éste consideraciones como la del tipo del narrador, el centro en la mirada del punto de vista, las ventajas de uno y otro para la historia, la eficacia en el manejo... A continuación, se anexa el cuento "Un visón propio", tomado de los Cuentos completos. Introducción de Reynolds Price. Barcelona, Anagrama, 2004. 332 p. Luego, se incluye un ejercicio que involucra el manejo adecuado del punto de vista y el uso del narrador en cualquiera de las variantes de la segunda persona.

Mrs. Munson terminó de retorcer una rosa de lino en su pelo de color caoba y retrocedió unos pasos desde el espejo para apreciar el efecto. Después se recorrió las caderas con las manos..., el único problema era que el vestido le quedaba un poco demasiado prieto. "Unos arreglos no volverán a salvarlo", pensó, furiosa. Tras una última mirada de desdén a su reflejo, se volvió y entró en el cuarto de estar.
    
Por las ventanas abiertas entraban gritos muy fuertes, sobrenaturales. Vivía en el tercer piso y al otro lado de la calle estaba el patio de recreo de una escuela. A última hora de la tarde el ruido era casi insoportable. ¡Dios, si lo hubiera sabido antes de firmar el contrato de alquiler! Cerró las dos ventanas con un pequeño gruñido y, si fuera por ella, podían quedarse cerradas durante los dos años siguientes.

Pero estaba tan emocionada que no podía disgustarse de verdad. Vini Rondo venía a verla, figúrate. Vini Rondo..., ¡y esa misma tarde! Al pensarlo sentía un aleteo en el estómago. Habían pasado casi cinco años y Vini había estado todo ese tiempo en Europa. Cada vez que Mrs. Munson se encontraba en un grupo que hablaba de la guerra, su anuncio era invariable: "Bueno, como saben, en este mismo minuto tengo en París a una amiga muy querida, Vini Rondo, ¡estaba allí mismo cuando entraron los alemanes! ¡Tengo auténticas pesadillas cuando pienso en lo que debe de estar pasando!" Lo decía como si fuera su propio destino el que pesaba en la balanza.

Si había alguien en el grupo que no conociese la historia, se apresuraba a explicar lo referente a su amiga.

―Verá ―empezaba―, Vini era la chica con más talento del mundo, interesada en el arte y todas esas cosas. Bueno, como tenía un montón de dinero se fue a Europa a pasar un año, como mínimo. Al final, cuando su padre murió hizo las maletas y se fue para siempre. Caray, tuvo una aventura y se casó con algún conde o barón o algún título. Quizás haya oído hablar de ella... Vini Rondo... Cholly Knickerbocker la mencionaba continuamente.

Y seguía perorando, como si fuera una lección de historia.

"Vini, de vuelta en América", pensó, con un regocijo incesante por la fantástica noticia. Amontonó sobre el sofá las almohadillas verdes y se sentó. Examinó la habitación con ojos penetrantes. Es curioso que no veamos realmente nuestro entorno hasta que esperamos una visita. Bueno, Mrs. Munson suspiró satisfecha, aquella chica nueva, cosa rara, había restituido pautas de antes de la guerra.

De pronto sonó el timbre. Sonó dos veces antes de que ella pudiera moverse, de tan emocionada que estaba. Por fin se serenó y fue a abrir.

Al principio no la reconoció. La mujer que tenía delante no llevaba aquel peinado tan chic, recogido en un moño..., por el contrario, lo llevaba más bien lacio y parecía desgreñado. ¿Y un vestido estampado en enero? Mrs. Munson procuró que su tono no delatase decepción cuando dijo:

―Vini, querida, te habría reconocido en cualquier parte.

La mujer seguía plantada en el umbral. Debajo del brazo llevaba una caja grande de color rosa y sus ojos grises miraban con curiosidad a Mrs. Muson.

―¿Sí, Bherta? ―Su voz era un extraño susurro―. Qué amable, muy amable. Yo también te habría reconocido, aunque has engordado bastante, ¿no?

Aceptó entonces la mano extendida de Mrs. Munson y entró. La anfitriona estaba azorada y no supo qué decir. Entraron del brazo en el cuarto de estar y se sentaron.

―¿Te apetece un jerez?

Vini sacudió su cabecita morena.

―No, gracias.

―¿Un scotch, quizás? ―preguntó Mrs. Munson, desalentada. El reloj con forma de estatuilla encima de la falsa repisa de chimenea sonaba débilmente. Hasta entonces no había notado lo fuerte que podía sonar.

―No ―dijo Vini, con firmeza―, nada, gracias.

Mrs. Munson, resignada, volvió a recostarse en el sofá.

―Ahora, querida, cuéntamelo todo. ¿Cuándo has vuelto a los Estados?

Le gustaba cómo sonaba aquello: "los Estados".

Vini colocó la caja grande y rosa entre sus piernas y enlazó las manos.

―Llevo aquí casi un año ―hizo una pausa y luego se apresuró, al ver la expresión sobresaltada de su anfitriona―, pero no he estado en Nueva York. Desde luego, me habría puesto en contacto contigo antes, pero estaba en California.

―Oh, California, ¡me encanta California! ―exclamó Mrs. Munson, aunque en realidad Chicago era lo más al este que había estado.

Vini sonrió y M,rs. Munson advirtió lo irregulares que tenía los dientes y decidió que no les vendría nada mal un buen cepillado.

―Así que cuando volví a Nueva York la semana pasada pensé en ti al instante. Me ha costado horrores encontrarte porque no me acordaba del nombre de tu marido...

―Albert ―dijo, sin que hiciera falta, Mrs. Munson.

―... pero por fin me acordé y aquí estoy. Verás, Bertha, la verdad es que empecé a pensar en ti cuando decidí deshacerme de mi abrigo de visón.

Mrs. Munson vio un rubor súbito en la cara de Vini.

―¿Tu abrigo de visón?

―Sí ―dijo Vini, levantando la caja rosa―. Te acordarás de él. Siempre te gustó mucho. Siempre decías que era el abrigo más bonito que habías visto en tu vida.

Empezó a desatar la raída cinta de seda alrededor de la caja.

―Pues claro, sí, claro ―dijo Mrs. Munson, dejando que el "claro" se fuera apagando poco a poco.

―Me dije: "Vini Rondo, ¿para qu{e demonios necesitas abrigo? ¿Por qué no se lo queda Bertha?" Ya ves, Bertha, me compré en París un abrigo maravilloso de marta cibelina y comprenderás que no necesito para nada dos abrigos de piel. Además, tengo mi chaqueta de zorro plateado.

Mrs. Munson observó cómo Vini separaba el papel de seda dentro de la caja, vio el esmalte mellado de sus uñas, vio que no llevaba joyas en los dedos y comprendió de golpe muchas otras cosas.

―Así que pensé en ti y si no lo quieres tú lo guardaré sólo porque no soporto la idea de que lo tenga otra persona.

Giró en el aire el abrigo, a derecha e izquierda. Era precioso; la piel brillaba, suntuosa y muy tersa. Mrs. Munson extendió la mano y pasó los dedos por ella, erizando a contrapelo la pelusa diminuta. Dijo, sin pensar:

―¿Cuánto?

Retiró la mano rápidamente, como si hubiera tocado una llama, y escuchó la voz de Vini, suave y fatigada:

Me costó casi mil. ¿Mil es demasiado?

Mrs. Munson oía el griterío ensordecedor del patio de la escuela u por una vez lo agradeció. Le ofrecía algo distinto en lo que concentrarse, algo que aliviaba la intensidad de sus sentimientos.

―Me temo que es demasiado. No puedo permitírmelo ―dijo, distraída, mirando aún el abrigo, con miedo a levantar los ojos y ver la cara de la otra mujer.

Vini arrojó el abrigo sobre el sofá.

―Bueno, quiero que te lo quedes. No es tanto por el dinero, pero creo que debería recuperar algo de mi inversión... ¿Cuánto podrías pagar?

Mrs. Munson cerró los ojos. ¡Oh, Dios, aquello era horrible! ¡Era un auténtico horror!

―Cuatrocientos, quizás ―respondió con voz débil.

Vini volvió a levantar el abrigo y dijo, con un tono animado:

―A ver cómo te sienta.

Entraron en el dormitorio y Mrs. Munson se probó el abrigo delante del espejo de cuerpo entero del armario. Con unos pocos retoques y acortando las mangas, quizás recobrase su brillo original. Sí, la verdad es que no le sentaba mal.

―Oh, creo que es precioso, Vini. Has sido un encanto al pensar en mí.

Vini se apoyó en la pared y en su cara pálida había dureza a la intensa luz del sol de las ventanas del espacioso dormitorio.

―Puedes extender el cheque a mi nombre ―dijo, con desinterés.

―Sí, por supuesto ―dijo Mrs. Munson, volviendo a la tierra de repente. ¡Imagina a Bertha Munson con un visón propio!

Volvieron al cuarto de estar y rellenó el cheque para Vini. Ésta lo dobló con cuidado y lo depositó en su bolsito de cuentas.

Mrs. Munson se esforzó en darle conversación, pero cada nuevo intento se estrellaba contra una pared fría. Una de las veces dijo:

¿Dónde está tu marido, Vini? Tienes que traerle para que charle con Albert.

―¡Ah, él! ―había respondido Vini―. No le veo desde hace siglos. Que yo sepa, sigue en Lisboa.

Y ahí quedó todo.

Por fin, Vini se marchó, después de haber prometido que telefonearía al sía siguiente. Cuando se hubo ido, Mrs. Munson pensó: "¡Vaya, pobre Vini, no es más que una refugiada" Luego cogió su abrigo nuevo y entró en el dormitorio. No podía decirle a Albert cómo lo había conseguido; estaba descartado. ¡Puf, se pondría furioso al saber el precio! Decidió esconderlo en lo más recóndito de su ropero y un buen día lo sacaría y diría: "Albert, mira qué maravilla de visón me he comprado en una subasta. Por un precio irrisorio."

Tanteando en la oscuridad del ropero, colgó el abrigo en una percha. Dio un pequeño tirón y escuchó horrorizada la rasgadura. A toda prisa encendió la luz y vio que la manga estaba desgarrada. Sujetó el roto y tiró con suavidad. Se desgarró un poco más y luego otro poco. Con una desolación rabiosa supo que el abrigo entero estaba podrido. "¡Oh, Dios mío!", dijo, agarrando la rosa de lino que llevaba en el pelo. "¡Oh, Dios mío, me han timado, timado como a una incauta y no puedo hacer absolutamente nada!" Porque de pronto Mrs. Munson comprendió que Vini no llamaría por teléfono al día siguiente ni nunca más. 
    Truman Capote
    El ejercicio que se propone a los talleristas intenta vincular en un solo texto el aprendizaje gradual en el manejo de un tipo de narrador específico y la elección consciente y cuidadosa del punto de vista.  Se trata de partir de una situación narrativa predeterminada y hacer de ésta, mediante el uso de las herramientas teórico-prácticas adquiridas, una página que muestre los logros. El texto, escrito apenas como el boceto de una situación probable en tercera persona, debe ser variado a la segunda persona (o usted), y debe procurar acceder al registro lo más verosímil posible de cada uno de los personajes que intervienen (palabras escogidas, estado de ánimo, énfasis, turnos en la interlocución).
    Ejercicio in situ: Una pareja de esposos que llevan veinte años de casados acude a la celebración de las Bodas de Oro de los padres de uno de ellos (escoger). Es una cena opulenta, a la cual concurren todos los miembros de las dos familias. El decorado con varias mesas, unidas estratégicamente para formar un cuadrado, de manera que todos se puedan ver con todos. Apenas la servidumbre empieza con la repartición de la cena, los dos esposos, ubicados uno enfrente del otro, en ángulos opuestos de las mesas por razones que saldrán a flote en la situación, empiezan a lanzarse reproches con la mirada, reproches que verbalizan para sí mismos mediante monólogos interiores (cada uno piensa en lo que le está diciendo con la mirada al otro). Cada  uno, pese a que no pueden hablar (o pueden hacerlo en frases breves, siempre jugando con el doble sentido para no importunar a nadie más), le dice al otro, con los gestos, todo aquello que le tiene guardado (infidelidades, maltratos, mentiras...) durante lo que llevan de casados. El tallerista debe estar muy atento al uso del punto de vista (ponerse alternadamente en la situación de él y de ella), así como del uso de la segunda persona (que puede variar de a usted conforme los reproches ganan en intensidad). Se evaluará el uso esmerado del uso del narrador y la selección de las palabras, emociones y gestos propios de cada uno de los narradores, lo mismo que la atmósfera de tensión o ironía que se alcance).

martes, 31 de enero de 2012

La escritura literaria: primeras instrucciones. Sesión del 31 de enero de 2012

Protocolo 2:

Como quiera que el Taller Relata Huila se ha especializado en la escritura de cuentos, sin ir esto en detrimento de otras posibilidades de escritura (novela, poesía, crónica, testimonio, ensayo) que el tallerista puede adelantar, en general los comentarios apuntan a la consecución de herramientas pertinentes para tal fin.

El cuento es ficción: Al margen de que la materia prima de que dispone el escritor provenga en muchos casos de imágenes, acciones o hechos que han ocurrido o se han visto en lo que damos en llamar la "realidad", nunca, en todo caso, la escritura de un cuento será un fiel reflejo de ésta. El escritor, con esta materia disponible, manipula la información original para dotarla de elementos estéticos propios del acto de la escritura. Un buen cuento lo es en tanto el escritor acierta en una serie de decisiones que ha tomado para transmutarr la información y construir con ésta un artefacto estético lleno de sensibilidad y que se llama cuento.

Todo cuento es contado por un narrador: Esa información de la cual se acaba de hablar como punto inicial debe ser conducida mediante una voz a la cual se le llama "narrador". El narrador es el sujeto de ficción (y esto hay que recalcarlo, que es tan de ficción como la historia misma que cuenta)responsable de narrarnos lo sucedido. Los buenos narradores, por lo general, tienden a hacerse invisibles al momento de leer un texto literario, es decir que el lector va siendo dirigido directamente al núcleo de los acontecimientos sin que advierta, o al menos lo advierta como parte del artefacto, que quien lo guía es también el resultado de un truco narrativo. Los tres tipos de narrador, en términos generales, son: Narrador en tercera persona: En este caso quien cuenta los hechos no tiene nada que ver con estos, se relaciona con ellos desde la distancia contemplativa, es más objetivo, habla de "él", de "ella", de Carlos o de Juana, e impone una distancia que se aprecia por el hecho de asumir un lenguaje neutro (desde luego, hay distinciones que luego se trabajarán más en detalle). Narrador en segunda persona: el narrador le habla a un tú o a un usted (en erste último caso, puede verse en un cuento de Julio Cortázar). Tiene un carácter profético, marcado por los giros verbales en un tiempo en futuro y un tono claramente admonitorio. Es una especie de voz de la conciencia que puede estarle hablando, incluso, al propio narrador. Narrador en primera persona: Como testigo o como protagonista, este tipo de narrador recurre al pronombre "yo", o al "nosotros", y cuenta hechos de los cuales él ha tomado parte activa. Es un narrador en el cual la objetividad se reduce, y esto afecta considerablemente los niveles del lenguaje, la relación afectiva con lo narrado, y estos nivles dependen de la característica del personaje narrador.

Punto de vista: Junto a la decisión de elegir un narrador X o Y, pensar en el punto de vista es absolutamente clave para la calidad del relato. En la precisión del punto de vista reside la mayor parte de la verosilitud que inspire el cuento. Así, en el ejercicio que los talleristas trajeron a esta sesión (ver el protocolo 1), uno de ellos le dio la voz de observar el velorio a una niña cuya edad calculamos en doce años. Entonces, el radio de acción de esta niña, la cual ve todo lo que ocurre a su alrededor, debe intentar conservar no sólo un posible lenguaje para su edad, sino, y esto es lo más importante, los hechos deben correspondet a su condición de infante.

Ejercicio in situ 2: Con el fin de trabajar lo concerniente al narrador, al punto de vista y a algo que se abordará en módulos posteriores (estilo directo y estilo indirecto), el siguiente ejercicio se plantea como la posibilidad de suprimir el intermediario de lo que se nos refiere para contarlo directamente, es decir, desde la fuente primaria. Si en el estilo indirecto un personaje nos dice lo que otro le dijo (es decir que nos lo dice pero con sus propias palabras), en el directo el personaje que se lo dijo también nos lo dice con sus propias palabras. El texto es el siguiente:

El coronel de la Policía, al hacer las averiguaciones de rigor con relación a la presencia de posibles paramilitares en la zona, causantes, al parecer, de la muerte por descuartizamiento de tres humildes campesinos, se encontró con que el principal relato para hacer tales cábalas provenía de un hijo de una de las víctimas. El niño, de apenas ocho años, le dijo entre balbuceos que él había presenciado todo. Le dijo que eran las seis de la mañana, que él estaba ya despierto pero metido aún debajo de las cobijas por el frío, y que sintió primero unas fuertes pisadas, y luego gritos y más gritos, todos de voces diferentes. Dijo que se escondió debajo de la cama, que corrió la sábana y que, como era un día claro, por una pequeña rendija observó como los campesinos eran empujados, puestos de rodillas y ultimados de un solo tiro de fusil por detrás. Luego, vio que los arrastraban de las piernas, que los metían en el monte y que, acto seguido, sintió prender una motosierra. Dice que le pareció oír que mientras ésta sonaba, muy fuerte, una de las víctimas aún gritaba que por favor lo dejaran libre, que él no era ningún guerrillero sino que los pobres campesinos tenían que atender a unos y a otros o si no se morían.

Como se puede apreciar, lo visto y dicho por el niño ha sido acomodado al lenguaje del Coronel. Ahora, la tarea es recuperar la voz directa del niño, contar eso mismo pero como si fuera él quien estuviera dando el testimonio. Procurar no modificar mucho la información contenida en el texto.

miércoles, 25 de enero de 2012

Apertura sesiones de trabajo 2012. Taller "José Eustasio Rivera", Relata Huila. Enero 24 de 2012

Protocolo 1:

Presentación de acitividades: Objetivo: Familiarizar a los nuevos integrantes del Taller con el esquema de los Talleres Relata, tanto a nivel regional como nacional. Sellar pactos de compromiso para la asistencia a cada una de las sesiones, para la lectura intensiva y la escritura de cuentos.

Presentación de integrantes nuevos y antiguos: Objetivo: Fomentar los lazos de hermandad, cordialidad y compromiso entre los integrantes del Taller. Se hace obligatoria la crítica argumentada sobre el quehacer literario de cada miembro del grupo.

Socialización de los momentos de trabajo: Momento 1: Lectura en cada sesión de 1 o 2 cuentos del repertorio clásico. Objetivo: Relacionar a los miembros del Taller con cuentos hito, tanto del repertorio clásico, conforme al canon, como de ciertos autores contemporáneos, fundamentales para establecer los pasos y aprendizajes teóricos para la escritura de cuentos. Desmonte del cuento en cuestión para valorar el trabajo de relojería interno que cada cuento compromete. Momento 2: Revisión de aspectos teóricos. Objetivo: Dotar al tallerista, de forma gradual, de cada una de las herramientas conceptuales y prácticas para garantizar, al menos, el dominio de la técnica cuentística. Texto base: El arte del cuento. Textos  de apoyo: Diccionario de la lengua española; Ortografía de la Real Academia Española; Diccionario Panhispánico de Dudas. Momento 3: Ejercicios in situ: Objetivo: Poner en evidencia tanto los aspectos teóricos modélicos tomados de los cuentos analizados, como los aspectos teóricos y procedimentales extraídos del texto base y los comentarios en cada sesión.

Ejercicio in situ No 1:

Contar, en una página, una escena en la cual se recree el acontecimiento de un velorio, en casa o sala de velación. No deben fijarse, de entrada, en aspectos como el narrador, el punto de vista, los diálogos, los personajes o la atmósfera. Es sólo soltarse a contar lo visto allí. Puede ser en clave de humor, de dolor, de impasibilidad, de contemplación, de odio, de venganza... Objetivo: Realizar un diagnóstico del nivel literario de cada participante como conducta de entrada al Taller.

Revisón: Próxima sesión. Cada tallerista hará lectura en voz alta de su ejercicio.

Revisado: Betuel Bonilla Rojas.



Sesión 1 de trabajo, enero 24 de 2012, con presencia de Miguel Polanía, director de la Biblioteca Departamental Olegario Rivera


Cuento 1 para análisis

Me basta
Guillermo Fadanelli


Todo comenzó cuando abrí una puerta que debió mantenerse siempre cerrada. No soy la clase de bebedor que acostumbra husmear en las habitaciones de las casas a donde se me invita. La rutina que sigo cuando me presento en una fiesta es sencilla: selecciono un sillón en el rincón más cómodo de la casa, sonrío, bebo todo lo que se me ponga a la mano y me marcho cuando se termina el vino o cuando los anfitriones están cansados y hartos de la reunión que ellos mismos propiciaron. Sí, es cierto que la rutina no siempre puede seguirse al pie de la letra y justo eso fue lo que sucedió el día en que abrí la puerta indebida y conocí a Siena.

No sé cuántas personas han conocido a la mujer más importante de su vida en una tina de baño, pero en mi caso los hechos ocurrieron de esa manera. La numerosa reunión tuvo lugar en una elegante casa de varios pisos ubicada en una hermosa calle empedrada al sur de la ciudad, en el barrio de Tlalpan. Los baños señalados para el uso de las visitas se hallaban ocupados y pese a que no conocía lo suficiente al anfitrión como para internarme en sus dominios, subí unas escaleras que conducían hasta el tercer piso. Estaba seguro de encontrar un baño desocupado, pero a quien descubrí desnuda, sumida en el agua tibia de la tina de baño, los ojos cerrados, sus oídos bloqueados por unos audífonos de los que emanaba un sonido para mí confuso, fue a Siena.

Permanecí más de un eterno minuto mirándola, azorado, dudoso entre marcharme de allí y volver a la reunión o alargar más mi tiempo a su lado. Sin embargo, tomar una decisión precipitada no fue necesario porque ella abrió sus hermosos ojos almendrados y me dijo: “¿Vienes a drogarte o eres un pervertido?”. No recuerdo cuáles fueron las palabras que utilicé pera justificar mi intromisión, pero mi desasosiego debió parecerle gracioso porque enderezó unos grados su cuerpo, se despojó de sus audífonos y me preguntó si podía conseguirle un poco de cocaína.

No me sorprende que en los tiempos que corren las jóvenes sean tan dueñas de sí, sobre todo cuando están en presencia de un hombre que las contempla embelesado; lo que me asombró en esa ocasión fue mi propia conducta. Hurgué en mi pantalón en busca de cocaína, puse la bolsita de plástico sobre las pantaletas de Siena, las cuales se hallaban a un lado de la tina, y salí de ese cuarto a paso apresurado, como si el único impulso que animara mis extremidades consistiera en alejarme de ese lugar.

Volví a la reunión e intenté conversar con mi anfitrión, un académico famoso sepultado en honores universitarios, para conocer así detalles sobre las personas que habitaban la casona, pero me decepcionó su escrupulosa amabilidad, la cual quise interpretar como hastío, y me marché sin despedirme de nadie. Buscaba una fuerte dosis de sosiego y sabía que la encontraría en la tranquilidad de mi departamento. Minutos después de la media noche, instalado en mi casa, hice lo que nunca antes durante los diez años que he vivido en soledad: puse una tina de agua caliente, introduje mi cuerpo en el agua, conecté unos audífonos en mis oídos e intenté reproducir en mi mente la escena recién acaecida en casa del académico. Siena era yo mismo siendo observada por un sujeto desconocido que resultaba ser también yo mismo. Aquello fue un rotundo fracaso, un gorila sumido en una estrecha tina de cerámica no podría jamás ejercer ningún poder de seducción, sino a lo más causar conmiseración o risa.

La segunda ocasión que me encontré con Siena fue al contemplar un cartel de publicidad a orillas del viaducto Piedad. La misma sonrisa complaciente, su cuerpo delicado, su cabellera lacia, era ella, no podía ser otra. La joven había permanecido en mi mente como un trauma en el imaginario de un niño y se quedaría en ese sitio por el resto de mis días. Para defenderme de ese trauma cada vez más incómodo dejé incluso de pasar por el viaducto y de mirar carteles que me recordaran el incidente vivido semanas atrás. Lo hice impelido por una suerte de disciplina estricta que suele acompañarme cada vez que me encuentro asolado por el deseo. De nada me sirvió la supuesta disciplina: un jueves de agosto Siena se presentó en mi casa acompañada por un diminuto perro que llevaba una rama de árbol en el hocico.

Si las dos puertas se hubieran mantenido cerradas mi vida actual sería diferente, pero los seres humanos no tenemos opciones en la vida, eso es una mentira, sólo contamos con un camino que debe ser recorrido siguiendo la batuta de la más estricta resignación. La prueba de esto la encontré en el semblante del perro que acompañaba a Siena, un animal simpático que parecía decirme: “Bien, es tu turno para ceñirte la correa”. Por un momento fui presa del mismo deseo que me acometió cuando abrí la puerta del baño en la casa del académico, escapar, volver a mi casa, pero en esta ocasión no podía marcharme, ¿a dónde? Ni siquiera estaba seguro de querer cerrar la puerta y así desprenderme de la alucinación. Como he dicho antes no había más que una sola opción, la invité a pasar, aunque mis ojos no lograban separarse de la correa del perro, una cinta de cuero negro adornada de estoperoles.

―¿Cómo supiste dónde vivía?

―Es sencillo, soy nada menos que una de las vecinas jóvenes que aparecen en tus relatos.

―Obtuviste mi dirección de la editorial.

―Te he visto varias veces pasar frente a mi departamento. Vivo cerca de aquí.

―¿No vives en casa de tu padre?

―No era mi padre. Subí a buscar un baño desocupado y no pude resistirme. La fiesta era aburridísima y preferí darme un baño de agua tibia.

―Trabajas como modelo, te he visto en un cartel cerca de viaducto. ―¿Por qué deseaba a toda costa obtener una certeza? Cobardía, ésa es la palabra. Abandonar la somnolencia amorosa en que me había hundido después de ver su cuerpo bajo una capa de agua transparente.

―La ciudad está llena de esos anuncios, si no me ves es porque estás ciego. No creas que me dedico a modelar, he posado sólo una vez.

Siena entró a la sala y dejó libre a su perro. La pequeña bestia continuaba sujetando la rama en el hocico, y la abandonó solamente para olisquear una de las patas de mi mesa plegable. Siena me preguntó si había en mi casa una tina y si le permitiría tomar un baño de agua caliente. No se tardaría más de media hora, me aseguró, y no debía preocuparme por su mascota: “Severino es un perro educado”.

Pasaron más de quince minutos luego de que su cuerpo espigado cerrara tras de sí la puerta de uno de los dos baños de mi departamento. Severino se trepó a mi sofá dispuesto a tomar una siesta. Yo, en cambio, angustiado como estaba, sumido en una especie de desesperación pasiva, abrí cautelosamente la puerta que me separaba de Siena y la descubrí recostada en la tina, con el agua apenas sobrepasando la piel de su cuerpo y los minúsculos audífonos adheridos a sus oídos. Estuve observándola durante algunos minutos hasta que ella abrió los ojos y me dijo: “¿Vienes a drogarte o eres un pervertido?”. Balbucee tal como lo hice en la residencia del académico meses atrás, ¿qué palabra podría acumular valor ante su presencia inesperada? Me preguntó si podía regalarle un poco de cocaína, sus ojos no miraban a un extraño, me comprendían como nadie antes lo había hecho a lo largo de mi vida. En seguida me dirigí a mi recámara y volví para colocar encima de sus pantaletas un papel con medio gramo de cocaína. Las bragas se hallaban a un lado de la tina, junto a su blusa de tirantes y a sus botines sin tacón. De nuevo, como en nuestro primer encuentro, salí apresuradamente del baño, pero no me marché, ¿a dónde? Preferí sentarme a un lado de Severino e intentar someter mis pronunciados deseos de llorar, de rebelarme frente a lo que parecía una sentencia definitiva. Media hora después, Siena salió del baño, me acarició el cabello, puso la correa en el cuello de Severino (el perro había recuperado su rama de árbol y aguardaba impaciente su nuevo paseo), y se marchó.

La secuencia se repitió tres veces más sin demasiadas variaciones durante siete meses, hasta que un día no pude más y le supliqué a Siena que me permitiera pasar más tiempo a su lado. “Me basta con un poco de tu amor, de tu perfume, no quiero vivir con la conciencia de que un día no volverás”, supliqué. Se burló de mí abiertamente a pesar de que mis palabras la conmovieron.

―Puedes acompañarme dos veces por mes al cine, a una reunión o a donde sea, pero la condición es que no te atrevas a hablar conmigo, serás como Severino, ¿te parece, señor escritor? Sólo responderás a mis preguntas y si un día tomas libertades de más o rompes las reglas nunca volveré a bañarme en tu tina.

―Sí, haré lo que desees, pero no comprendo por qué una joven que no ha cumplido siquiera veinte años puede someterme como a un perro.

―Lo aprendí de tus novelas.

―Son invenciones, nadie en su sano juicio puede creer en mis historias.

―Creo en tus historias, Guillermo, y espero que no tengamos nunca más una conversación tan larga como ésta. ¿Quieres que te abandone para siempre?

―No, de ninguna manera. Me basta con lo que quieras darme.

―Tengo un novio.

―No me importa saber si tienes dueño o no.

―Y amantes.

―Tampoco me importa.

―Y cada vez que me pongo ebria me acuesto con quien deseo. Lo puedo hacer incluso cuando estés presente. ¿Enterado, señor escritor?

Esta última amenaza no ha sido aún cumplida, y creo que no lo será porque Siena me ha tomado cariño. Nuestra rutina se acerca mucho a la idea que tengo de la felicidad. Nadie podría hacerme comprender lo contrario, y el dinero que se me va comprando cocaína para Siena es insignificante comparado con el que se requiere para mantener a una esposa o a una pareja permanente. Continúo escribiendo novelas y mi vida social es bastante limitada. Mis libros se venden poco, aunque sé por boca de mis editores que mi público es joven y pronto crecerán, tendrán dinero y me harán rico. A veces, Siena me permite acompañarla cuando sale a divertirse con sus amigos, pero debo mantenerme en una mesa apartada y no intervenir a menos que ella lo demande. Sólo cuando vamos al cine me deja permanecer a su lado y entonces soy tremendamente dichoso. ¡Cómo no serlo si pronto cumpliré cincuenta años! Hace unos días, Siena me comunicó que pronto se ofrecerá otra reunión en casa del académico donde nos conocimos, ese académico lleno de honores que tiene una casa de tres pisos. Allí celebraremos nuestro primer aniversario.

Guillermo Fadanalli:Guillermo Fadanelli nació en Ciudad de México, en 1963. En 1989 fundó la revista Moho, que sigue dirigiendo. Entre otros empleos memorables tuvo el de vendedor de bienes raíces, arriero, vendedor de árboles navideños en una esquina de Nueva York; también atendió en el mostrador de una pastelería en Madrid. Es autor de relatos y novelas y ha colaborado en las más diversas publicaciones: desde fanzines hasta diarios de gran circulación.

lunes, 2 de enero de 2012

Hanif Kureishi, el arte de ser escritor

Los siguientes fragmentos pertenecen al texto "Algo dado: Reflexiones sobre el arte de escribir", del escritor anglo-pakistaní Hanif Kureishi. Ha sido recogido por la editorial Anagrama en el libro Soñar y contar, en traducción de Fernando González Corugedo


Las historias están en todas partes, y pueden elaborarse de las cosas más simples. Preferiblemente de las cosas más simples, como mi padre hubiera dicho, sin son las cosas justas, precisas, correctas, y si el material elegido es provechoso, útil y suficientemente maleable. Digo elegido, pero si el escritor está atento, las historias que necesita para dar forma a su preocupación surgirán espontáneamente. Hay ciertas ideas, cierta gente, a la que el escritor se verá conducido. Sólo tiene que esperar y ver. No puede confiar en saber por qué esa idea ha sido preferida a aquella otra hasta que la historia está escrita, y puede que ni siquiera entonces. (...) A los escritores les gusta a veces imaginarse que la dificultad de llegar a ser escritor reside en convencer a los demás de que eso es lo que eres. Pero realmente el problema es convencerte a ti mismo.

Recital Taller José Eustasio Rivera, Relata Huila. Cierre de fin de año. Dicembre 23 de 2011

Grupo de talleristas de Relata Huila 

Michael Andrés Cabrera lee sus cuentos 

 Betuel Bonilla, director del Taller, presenta a los talleristas

Betuel Bonilla, director del Taller, presenta la Antología Nacional de Relata, 2011

Guillermo Salazar, escritor seleccionado de Relata Huila para la Antología Nacional, lee sus cuentos

Jaime Cabrera lee sus cuentos 

Público asistente al recital