Betuel Bonilla Rojas
El Sanpedro, entre sanjuaneros, ponchos y asado, trae muchas cosas consigo: algunas, buenas; otras, la mayoría, no tan buenas. Y de estas últimas las peores son las llamadas oficinas del Festival, tanto las del orden municipal como las del departamental. Al menos treinta personas integran esta nómina paralela de figurines que saltan a la escena pública desde mayo y se vuelven a esconder en julio, luego del fragor del carnaval y de haber cobrado unos buenos pesos por viajar a toda hora sin hacer gestión alguna. Para nadie es un secreto que estas oficinas conforman la más clara muestra de clientelismo, de pago de favores electorales y de cuota de los distintos partidos que reparten dádivas por doquier a quienes invirtieron en las campañas. De esta manera las oficinas del Festival alojan apellidos que son comunes desde las pancartas electoreras. Y esto no sería tan reprochable si tales personajes gestionaran con la empresa privada para que los gastos del carnaval no fueran asumidos sólo por los entes oficiales. Bastante se beneficia el sector privado como para que le saquen el cuerpo a los compromisos. No importa cuántos ni quiénes sean los de esa nómina, pero que gestionen, que se ganen bien ganada la platica.
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