¿A QUIÉN LE DUELE NEIVA?
Betuel Bonilla Rojas
Neiva no le duele a nadie. Es una ciudad huérfana de afectos, de actos sinceros que intenten hacerle bien. A lo mucho se la maquilla, en aquellas partes por donde pasan los supuestos turistas. Pero en el fondo de su corazón es una ciudad fea, con raspaduras por doquier. En cada barrio, aun en los de más rancio abolengo, las calles están llenas de cráteres, de huecos insorteables. En Granjas, en Cándido, en los barrios del Sur, en la Circunvalar, en el Jardín, junto a la Terminal de transportes. Da pesar verla tan desmejorada, tristeza verla tan saqueada, tan ultrajada por los políticos de turno. Todos, a su manera y sin excepción, han construido en ella los monumentos a la infamia. Desde Ciudad Villamil, ese horroroso mostrenco que nos hizo desconfiar de la escultura como arte. La maleza se sube ahora sobre esos monumentos al despilfarro y carcome la chatarra a su antojo. No hay parques para admirar, para sentarse en el solaz de una tarde de ocio. Los indigentes rondan a sus anchas como si estuviéramos en una ciudad arrasada por el cataclismo, como si la única opción fuera deambular en busca de mendrugos. Qué fea está Neiva, qué sola, qué indefensa, con tanto político abusivo por ahí suelto.
Betuel Bonilla Rojas
Neiva no le duele a nadie. Es una ciudad huérfana de afectos, de actos sinceros que intenten hacerle bien. A lo mucho se la maquilla, en aquellas partes por donde pasan los supuestos turistas. Pero en el fondo de su corazón es una ciudad fea, con raspaduras por doquier. En cada barrio, aun en los de más rancio abolengo, las calles están llenas de cráteres, de huecos insorteables. En Granjas, en Cándido, en los barrios del Sur, en la Circunvalar, en el Jardín, junto a la Terminal de transportes. Da pesar verla tan desmejorada, tristeza verla tan saqueada, tan ultrajada por los políticos de turno. Todos, a su manera y sin excepción, han construido en ella los monumentos a la infamia. Desde Ciudad Villamil, ese horroroso mostrenco que nos hizo desconfiar de la escultura como arte. La maleza se sube ahora sobre esos monumentos al despilfarro y carcome la chatarra a su antojo. No hay parques para admirar, para sentarse en el solaz de una tarde de ocio. Los indigentes rondan a sus anchas como si estuviéramos en una ciudad arrasada por el cataclismo, como si la única opción fuera deambular en busca de mendrugos. Qué fea está Neiva, qué sola, qué indefensa, con tanto político abusivo por ahí suelto.
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